Cuando las candilejas se agitan
Un golpe de luz me disparó.
Ya lo entendí. Lo contradictorio de la
(mi) vida es, les digo con sinceridad: se puede sentir felicidad a pesar del
dolor. No se siente infinita sino efímera, pero gloriosa.
Es un instante, un abrazo, un
adiós, un recuerdo, una conversación, la presencia de aquel cuya existencia te
da vida. Todos esos momentos pueden estar incrustados en un contexto no ideal,
cruel, injusto e incluso inesperado.
Por ahí escuché: "la cuestión que
respecta al dolor es que éste demanda que lo sientan". Así lo veo yo.
Cuando las candilejas se agitan, el terror es inminente. Es cuando te duelen
hasta los tuétanos; al mismo tiempo, el sentido de supervivencia te impulsa a
decir lo que demandaba ser dicho. Aún con mucha pena, dolor y rabia, pero con
la autoridad y certeza del universo.
Así se lo dije a aquél ángel:
"Nuestro amor no será en vano, es nuestro vínculo inamovible y eterno.
Nada es más importante". Fue cuando quise pisotear la injusticia de la
vida, cuando me negué a hacer protagonista de la desgracia que me socavaba.
Fue cuando amé con la vida porque
no tenía opción, porque era el sentimiento mas inmediato, lo que me generó la
sensación de salvación. Necesitaba amarrarme y no soltarme con el abrazo más
sincero del mundo, así éste fuese el último.
Mi felicidad, allí, fue intermitente(mente),
alentadora y punzante. La felicidad me quemaba, intensamente, a ratos.
Aún en el peor de los momentos, cuando
el dolor es crudo e imperante, cuando te miras al espejo y lloras con el nudo
en la garganta, cuando te duelen hasta las encías de aguantar la rabia, y
llorar implica deshidratación y no liberación.
Debido a aquella anécdota marchita, la
piel se me hizo impasible, a la par entendí un millón de cosas, además de las
que olvidé. La felicidad, la que intento describir, fue empalagosa y fugaz,
abrasiva pero real. Introducida en el más injusto y miserable de los momentos.
Y es lo más poderoso que he sentido en mi puta vida.
Repito, amar con el alma porque ya no
había salida; amar dejando que el amor invada, paulatinamente. Yo amé con rabia
y pasión, con tenacidad y amargura...para siempre. Todo en un instante, cuando
sentí que me iba a morir. Cuando sentí que aquél quien me dio la vida, y es parte de mí, se me iba.
Aquello me endureció la costra, la que
llevo de por vida. Aquella que me hace las veces de cura, que me sostiene la
existencia -para no llorar- en cada esquina. La costra que se hará cicatriz, porque los sucesos marcan y la superación es cíclica.
Repentinamente, se me quitó este
miedo: escogí ser egoísta, más aún, individualista. Voy a escupir lo que
siento, o lo que creo sentir, lo que salga de aquí. No daré importancia a quién
no me quiera recibir. No sé si está bien, sólo sé que ya no me importa, ni el lector ni la escritora, como en el pasado.
Escribiendo encontré un alivio, una
vana distracción. Un refugio ameno, de nuevo, fugaz, intenso, efímero y real.
Un tremendo ocio utilitario respecto a mi salud mental.
La plenitud de no ser un lío inentendible, sino leíble (para mí). Porque aún no entiendo la lengua de mi consciencia. No es espanglish ni castellano. Pero al menos tengo, la satisfacción del caudal de recuerdos, bonitos y feos, que solamente se evocan mientras estoy aquí sentada, uniendo letras de disparates, cual carajito pegando legos al azar.
Yo de verdad no escribo, nunca lo he hecho. Quise redactar algo que me hiciera decodificar el cúmulo de enredos, los que siento en mi cabeza. Porque víctima o no, hubieron sucesos fatídicos que se aferraron a mí, o viceversa.
Las anécdotas fatalistas me enseñaron
mucho. Y así seguirá siendo, lo decidí así. Tomaré la felicidad como algo
encubierto, que se me presenta intermitente como luciérnagas, las que no puedo
dejar escapar. Se esconden, se apagan, tal cual topos asustadizos. Y no las
puedo dejar ganar.
Hace rato tenía miedo.
Ya no tanto, como ayer.
Encontré, como en esos momentos
efímeros de felicidad, un alivio temporal. Ratifiqué, a ciencia cierta, las
cosas de las que no estoy segura y también las que entiendo con la plenitud del
alma.
Me gusta la incertidumbre, cuando me
conviene.
Ahora sé que ya no tengo miedo de amar
en tiempos de miseria.
Aunque se me cohíba el alma, lo
intentaré con todas mis fuerzas.
Aunque esté amarrada al infortunio,
prometo que amaré con las fibras de mi ser, apostándole a la vida.
Escribir fue una paz, totalmente
temporal y necesaria.
Tanto falta por explicar, por escupir,
por sacar.
Sentarme a escribir me ha hecho
descubrir como (quiero) sentirme. Los párrafos me leen eso clandestino de mí.
¿Pero quién quiere leerse triste?.
Abrazo todos los días mi
estratificación de penas, las que llevo a todos lados, intrínsecas en mí. Pero
mis capas no se muestran a cualquiera, son invisibles para quien no se quede
aquí.
Sigo con melancolía pero con alivio.
Leo con sosiego y ahora, sólo sé que pienso más claro que ayer.
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